Que tal amigos, demasiado ocurre en el mundo, demasiado rápido en demasiado lugares y yo no puedo quedarme callada. Ustedes son una fantástica audiencia y, la vedad sea dicha, me encanta compartir algunos de mis pensamientos con ustedes. Sin embargo, como siempre antes de continuar, una pequeña aclaración. Dejé de escribir mi columna porque hoy día hay tan poco que es agradable para escribir y, aunque siempre sigo a la verdad, las noticias hoy día son muy agobiantes, salvo las noticias sobre la exploración del espacio!
En estos días de desastres reales o imaginados y con data volando como arena en el desierto, hay un término que se usa incesantemente: la depresión. Hoy día todo el mundo vive deprimido. La reina de la depresión es el PTSD (post traumatic stress disorder o en un mal español el desorden del estrés post traumático). Lo que en un pasado reciente se limitaba a lugares de batalla, hoy día se aplica a cualquier evento traumático. Ya sea médico, social, psicológico, electrónico, en fin, un sin fin de hechos que directamente (o supuestamente) afectan nuestro bienestar. Por supuesto que el mundo farmaceútico y médico aprovecha para descubrir y recomendar remedios caros y muchas veces dañinos. Cualquiera sea la causa de la depresión hay por lo menos un remedio que es el panacea total. Para no abrumarlos, no mencionaré el problema de la adicción que todas estas medicinas causan.
Sin embargo y, para no ser acusada de insensible, cambiaré de tema, aunque siempre relacionado a estas palabras.
Me refiero a un sentimiento que nos afecta a muchos pero no es tan paralizante y desagradable como la depresión.
Me refiero a la tristeza y/o melancolía. La tristeza que es como una tormenta de arena, pero como toda tormenta, viene y se va. Provoca que nuestros ojos lloren y la boca se llene de arena. Muchas veces estamos llenos de respeto por la tormenta, pero no por la tristeza. La tristeza no nos paraliza como lo hace la depresión. Tal vez nos haga más lentos, más pensantes, seres más suaves, tal vez hasta más cuidadosos. La melancolía, eterna acompañante de la tristeza, vive en la literatura, la poesía, hermosa música y en general el arte. La tristeza y la melancolía son las inspiraciones eternas para el amor, la creación, la renovación.
Algo interesante que aumenta aun más el valor emocional de la tristeza es que en las lenguas romances (nada que ver con lo romántico sino con el latín) la palabra tristeza denota tanta emoción, tanta intensidad emocional…
Estamos tristes ante la muerte de un ser querido, humano o no. Nos entristece ver sufrir a gente acosada por crueles guerras, nos entristece ser testigos de la destrucción de la naturaleza. Nos entristece ser testigos de violencia y crueldad. Por supuesto es deprimente, pero la tristeza también puede fortalecernos. No necesitamos remedios para superar a la tristeza. Solo necesitamos mirar hacia delante y proteger nuestros ojos del sol, agradecer la lluvia, el crecimiento y desarrollo de plantas y árboles. Superamos a la tristeza cuando aprendemos a dar gracias.
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